Tras el éxito de una novela suelen
existir personajes minuciosamente creados y con un carisma capaz de marcar a
generaciones. En un libro de relatos el ejercicio se multiplica tantas veces
como relatos se escriban. Al hablar de Un hijo cualquiera de Eduardo
Halfon el ejercicio parece todavía más complejo si cabe, pues el carisma se lo
tiene que transmitir a personajes reales y vinculados con la universal relación
paterno filial, y no a una paternidad cualquiera, sino a la paternidad del
propio autor.
El escritor guatemalteco Eduardo
Halfon escribió este libro durante los primeros cinco años de la vida de su
hijo. Cualquiera que haya sido padre sabrá que hay decenas de motivos cada día
para escribir, para dejar registro escrito de un recuerdo, un relato, un
regalo. Halfon se expone de una manera muy personal a través de escasas 139
páginas que nos ha traído a España la colección Libros del Asteroide. La
sensación es que no necesita más, aunque cualquier relato adicional hubiera
sido un regalo en vista del resultado final.
En Un hijo cualquiera
encontramos relatos muy variopintos. Dilemas morales, recuerdos imborrables y
curiosidades varias. Todo regado, como si de un maridaje exquisito se tratase,
con referencias literarias, culturales y filosóficas tan universales como
abrumadoras.
El libro arranca fuerte,
escatológico, como una prueba de fuego para aprensivos como quien escribe esta
reseña. Desde el primer relato, cuando, como padre, Halfon ha de decidir sobre
la circuncisión de su pequeño recién nacido, hasta los chorros de sangre de la
nariz del propio autor que abundan en el segundo relato. Infancias paralelas y
lazos de sangre.
Pero Halfon no se detiene en lo
meramente físico y nos sumergirá en temas tan profundos como la muerte, el
sucidicio, la enfermedad, la guerra o un accidente en una ciudad desconocida.
Otros son de tipo más sensual, como el recuerdo de unas piernas suntuosas en su
primer paso, frustrado y agónico, por París en sus inicios como escritor, donde
hay guiños a aquella
habitación que Hemingway hizo tan famosa en la capital francesa.
La alegría se abre paso cada vez
que el autor nos presenta las andanzas de su pequeño. Leer calladito es
un relato precioso, vital y lleno de amor y alegría, pero también vinculado a
la lectura y a las Confesiones de san Agustín. Este relato es toda una
lección sobre la historia del, hoy cotidiano, hecho de leer para uno mismo, y
es maravilloso. La ternura infantil es un hilo conductor y un acicate para
escribir que será capaz de conmover hasta al mayor de los asiduos a los hoteles
de tipo “Only adults”. Si alguien es capaz de leer Domingos en Iowa y
no esbozar una sonrisa, debería hacérselo mirar.
Un souvenir, puede ser la excusa
perfecta para escribir un relato. A Eduardo Halfon todo le vale. Pero siempre
aparecen la literatura y las referencias a grandes autores y pensadores como un
vínculo, como un regalo para su hijo y para los lectores. Gefilte fish
es un relato delicioso, como ese ragú de ternera con el que comienza el pequeño
homenaje a la imitación. Oliver Sacks, Walsh, Pope, Crowley, Hemingway y la
saga familiar de suicidios. Escribir relatos tan cortos con tantas referencias
culturales están al alcance de pocos.
Sin embargo, Un hijo cualquiera
también está lleno de historias menos joviales, bien sean vinculadas a la
infancia de su hijo, como el homenaje que brinda al abuelo materno del crío en Réquiem,
uno de los últimos pasajes del libro, o los tiempos del confinamiento en
París, ya en una etapa posterior a la que casi le cuesta la vida ya con su hijo.
Pero también hay momentos duros vividos en primera persona por el propio autor.
Mención especial merecen los textos
dedicados a su Guatemala y al tiempo de los horrores fratricidas en el que se
vio sumido su pueblo. Beni o El lago, son muestras de la crueldad
y la brutalidad fraticida en la Guatemala de su infancia. Muestras que
refuerzan el papel, en esos tiempos de incertidumbre, de los padres, de la
infancia y de figuras cercanas a la familia.
Halfon también aprovecha para
repasar momentos vitales que le marcaron y que le condicionan aún hoy, como El
primer beso, o sus primeros recuerdos cinematográficos en El anfiteatro,
donde narra cómo llegaban las películas a su pueblo cuando él era niño. Había
una película… abre todos los recuerdos de este peculiar relato compuesto, a
su vez, de decenas de microrrelatos.
Como se ha destacado al principio
de esta humilde reseña, escribir un libro de relatos parece fácil, pero es un
ejercicio lleno de valentía. Un escritor no se expone con una única historia,
sino que lo hace con varias, y aún a riesgo de salir trasquilado por alguna de
ellas Halfon no muestra ni un ápice de flaqueza, no tiene miedo a esa
exposición máxima que, como ser humano, supone hablar de su vida en primera
persona.
Un hijo cualquiera es un
libro para todos. Porque no sólo es un homenaje para quienes somos padres o madres,
ni siquiera es exclusivo de los hijos, también es un homenaje a la
paternidad o a la maternidad recibida, a las vivencias del autor con sus
padres o abuelos, esos que acabaron con El último tigre.
La mano ganadora la juega el autor
desde una posición tan obvia como fácil de olvidar en estos tiempos de
relativismo moral: la paternidad o la maternidad no sólo se ejerce o se vive en
primera persona. Todos, al fin y a la postre, somos quienes somos por las
personas que nos dieron la vida, por las personas que nos criaron. En este aspecto Halfon
sobresale, pero lo hace de un modo tan natural y con una prosa tan excelsa que
es difícil no acabar con la sensación de que este libro es un auténtico regalo,
una maravilla literaria al alcance de muy pocos. Todos hemos sido hijos alguna
vez.
Hoy me parece pertinente acabar con
una frase de La marea, el último de los relatos de Un hijo cualquiera:
Quería preguntarle a mi padre quién sería yo sin mi
padre.
Buenas noches y buena suerte.