Si cuando escogí de la estantería de mi librería de cabecera Asombro y desencanto me dicen que el jefe de opinión de El Mundo es capaz de escribir un libro así probablemente hubiera dicho que era el típico comentario de faldón o una crítica prefabricada de un cultural. Pudiera haber pensado que estábamos ante la típica entrevista de esas secciones para las que el periodista de turno sólo ha leído un 60% del libro, tirando por lo alto. Pero no, Jorge Bustos no necesita ni 200 páginas para escribir un relato soberbio sobre un viaje, bueno no, sobre dos.
Al analizar Asombro y desencanto, libro que supone mi primera incursión en las obras de Bustos, no se trata de sojuzgar al escritor madrileño, al contrario. Me someto a una cura de humildad por desconocer su capacidad para la prosa y la descripción tan simpática y pormenorizada.
Asombro y desencanto, un viaje de La Mancha al Loira.
No estamos ante una novela, ni ante un libro de aventuras. Jorge Bustos traza, en dos momentos del tiempo, dos rutas, dos viajes, dos travesías una por la Castilla La Mancha del Quijote y la otra por Francia, entrando por Bretaña y Normandía, transitando París a lo grande y volviendo a España a través del país del Loira.
De estos, aparentemente, alejados territorios (al menos en lo físico), surgen dos momentos, entiendo, vitales en la existencia del Bustos escritor. Con Azorín, el Quijote y Josep Pla como acompañantes y guías espirituales y con la Historia de banda sonora en el primero de los viajes. Y, en contraposición, los acompañantes del segundo periplo son los nobles, reyes y señores, ya difuntos, franceses, así como escenarios grandiosos de la Historia del país vecino y, en gran parte, de Europa.
La Mancha, el Quijote y la España que no dejará de serlo.
La primera parte del libro, la que lleva a Jorge Bustos a recorrer la “Ruta del Quijote”, creada y exigida por decenas de alcaldes que buscaban turismo, y por ende, beneficio pecuniario.
Yo no he venido aquí a soltar mi diatriba anti alcaldes. Los lugares escogidos son localidades por los que se supone pasó el Ingenioso Hidalgo, escenas, casas, plazas, molinos, donde Cervantes situó a Alonso Quijano para crear la obra maestra de la Literatura Universal.
Bustos somete a los lugareños a su pluma, que bien podría ser su cámara, la que llevó consigo pero no mostró sus resultados. Hace referencia a las instantáneas tomadas durante el viaje. Y desde esa pluma, virtuosa sin duda, nos ofrece una agradable estancia en todas y cada una de esas plazas. Hasta en lugares donde el calor y las moscas son las auténticas protagonistas.
Desde Alcázar de San Juan a las Lagunas de Ruidera. Pasando por escenarios tan cañís como Campo de Criptana, Belmonte, Argamasilla de Alba, Almagro, Ciudad Real.
Bustos se valdrá del bachiller Sansón Sancho, de polémicas como la pila bautismal de Alcázar de San Juan. En esa población se percata Bustos, o se ríe por debajo de la nariz, del “deje” manchego, al que tacha de “Autoparodia” y que da pie para poder elaborar una teoría sobre la pléyade de humoristas manchegos que han tenido éxito tirando de pronunciación.
Bustos busca emular el viaje que realizara el literato alicantino Azorín 100 años antes. En concreto José Martínez Ruiz realizó el viaje del que surgió su libro “La ruta de don Quijote” en 1905.
Siguiendo su estela, y, sin duda, desde un punto de vista más flemático, la “irreverencia” acaba por convertirse en una lectura que requiere de agudeza de sentidos por parte del lector. A cambio, Jorge Bustos devolverá risas, sonrisas, cariño por las gentes con las que se encontró y reflexiones literarias sobre El Quijote.
Francia como culmen cultural.
La segunda parte del Asombro y desencanto transcurre en Francia, casi por los mismos lugares que pude visitar en 2014 en el viaje a Bretaña y Normandía. Sólo que Bustos accede desde Bretaña, recorre Normandía hasta París y vuelve a España por el valle del Loira.
Antes de llegar a Francia Bustos dedica unas páginas a Vitoria, a sus muros repletos de historia y dejará algún recadito para el peinado y la estética abertzale.
Ostras, desembarco, playas e historia centran la primera parte del periplo del periodista por tierras bretonas y normandas. La dictadura de los horarios de la restauración, algo que quien escribe este artículo también ha sufrido en las cercanías de Carcassone o en la propia Normandía.
Pero no todo son críticas, ya que el autor no escatima palabras con el elogio del concepto urbanístico de Burdeos o el sentimiento nacional francés. Admiración muestra por el vino de Burdeos citando al poeta Kead, que en 1819 ya escribió sobre ello. Bustos también hará mención especial y honorífica al bueno de Montaigne, a la postre alcalde de la ciudad.
En Nantes Bustos da rienda suelta a la frivolidad, la cuna de la esclavitud europea, con su memorial, con su reconocimiento en 2001 tras años, siglos mejor dicho, de trata de seres humanos. Compiten en Nantes este memorial con el homenaje a Julio Verne.
En París entra un Bustos escéptico pero de París sale un hombre convencido de por qué la capital de Francia es la ciudad cuya fama inunda cabeceras, páginas de libros, estrofas y fotogramas.
El barrio latino es uno de los lugares que más marcará al autor. “Hace falta que eso que miras penetre en ti hasta alterarte”.
De París sale vía Loira. He de reconocer que no conozco esa zona de insignes castillos, pero el relato de Bustos se torna más hacia la arquitectura y menos hacia el costumbrismo de las gentes que allí habitan. Más en la historia y menos detallista con lugareños, estátuas, etc.
En los pasajes que transcurren por el Loira el lector aprenderá, o repasará, historia, arquitectura, conocerá intrigas palaciegas y podrá imaginarse viendo atardeceres en pueblos perdidos. Orleans, Blois, Chenonceau, Amboise, son algunos de sus destinos.
El prólogo de Andrés Trapiello.
Mi sincera opinión, sin mayor acritud, es que a este libro le sobra ese prólogo. Bustos no necesita loas gratuitas y el lector tampoco necesita ese prólogo. Entiendo que es una sana costumbre que compañeros de “faenas” se presten este “servicio”, pero los prólogos, en general, no son determinantes. Y este caso confirma mi teoría, más allá de un alarde de Trapiello por querer estar a la altura del libro.
La reflexión final: el periodismo ante su crisis posmoderna.
Cuando el lector ha acompañado a Bustos por su segundo viaje, el francés, Bustos se sincera. La reflexión final debería remover los cimientos de lectores, editores, dueños y cualquiera interesado en la prensa, en el periodismo en general. El viaje físico desencadena un viaje interior.
Asombro y desencanto: Opiniones.
No estamos ante la gran obra de Jorge Bustos. No lo espero. Como columnista y/o jefe de opinión de uno de los principales periódicos españoles sorprende su capacidad para la prosa descriptiva.
Hay madera de escritor, no descubro nada, pero también hay una manera de escribir portentosa. Quizás, si él quiere, y se aleja de los quehaceres de la inmediatez que exige un diario podría, y esto es una hipótesis, ser un escritor de renombre.
El lector emprende un viaje a través de las páginas de Asombro y desencanto que requerirá su atención pero que, a su vez, le transportará a tiempos felices, como me sucedió a mí, en los que visité muchos de los paisajes en los que Bustos se recrea.
Personalmente, volver a la tierra del Quijote, a Bretaña, a Normandía e incluso a Vitoria de la mano de Bustos, y hacerlo acompañado de un fino sentido del humor y la mordacidad me ha hecho pasar muy buenos ratos. El autor demuestra que no son necesarias excesivas páginas para presentar un trabajo redondo.
Mi recomendación es que os dejéis sorprender por este libro. Ha sido mi compañero este verano, Jorge Bustos consigue teletransportar al lector de Asombro y desencanto a playas del desembarco, a palacios, conventos, castillos, museos. Viajar con la mente es posible gracias a un libro que bien merece una oportunidad. Valoración: 7.5
Buenas noches y Buena Suerte.