Chirbes nos dejó pocas semanas después de
que lo hiciese padre. Ambos fruto de un cáncer. De mi padre no vine a hablar
hoy, sólo me resultó cruelmente curioso que fallecieran el mismo verano, una
crueldad un tanto macabra para mí pero irrelevante para el lector. A Don Rafael
no le conocí, aunque nos dejó un legado tan inmenso, y tan eterno, que debería
ser leído en los institutos, al menos debería leerse uno de sus libros. No me
atrevo a escoger entre En
la orilla o Crematorio, nunca fui
de escoger entre mis dos progenitores. Pero como ni soy profesor ni soy viral,
seguramente esta reivindicación quedará en el saco de las reivindicaciones
personales no logradas.
Crematorio es uno de los libros más icónicos de la
literatura española de principios del siglo XXI. Fue premonitorio y es
paradójico que lo sea porque se publicó en el momento previo a la implosión de
la crisis de la avaricia, del final de aquellos años de vino, rosas y algo más
vividos en estas tierras del “Levante”, como osan llamarnos desde ciertos
sectores de la Meseta.
Anagrama fue la editorial encargada de la
publicación de un libro que logró encandilar a público y crítica, y que le
valió a Chirbes el Premio Nacional de la
Crítica y
el V Premio Dulce Chacón.
Misent como eje de la obscenidad
urbanística.
Chirbes nunca desveló la verdadera identidad de Misent, ese pueblo que salta a ciudad a lomos de la especulación inmobiliaria de finales del siglo XX y principios del XXI. Con bastante certeza arriesgaría algún dedo a que es Denia.
Denia, como Misent, es ese compendio de
mafias urbanísticas que nunca supo ordenar su crecimiento y que siempre tuvo un
tufillo a especulación desmedida aprovechando su idílica ubicación geográfica y
su clima. Que me perdonen los habitantes del lugar en el que nací, pero creo
que es inevitable ver a la antigua Dianium de los romanos plasmada en esta
novela.
Conflictos a cuenta del arte y respeto por
el urbanismo primigenio, por los restos de romanos, íberos y musulmanes, que se
produce entre dos generaciones de Bertomeu.
La muerte como excusa.
En Crematorio la muerte de Matías es el
comienzo. Es un arranque en el que todo queda por hacer, como así sucede con la
familia, como ocurre con la partida, prematura o no, del tío, hermano, marido,
exmarido o amigo.
Cada capítulo está narrado desde el prisma
de un personaje, todos ellos son cercanos a Rubén Bertomeu, todopoderoso
promotor inmobiliario, arquitecto de dudosa reputación y que ha creado un emporio
a lo largo de los años. Matones del este, prostitutas, parejas actuales, hija,
examigos, antiguos trabajadores, yernos sabelotodo que prepara la biografía del
examigo y escritor Federico Brouard. Todos irán narrando la historia desde su
punto de vista, introduciendo o dejando entrever lo sucedido.
La novela lo tiene todo: un pasado
nostálgico de dos hermanos que se fueron separando, una época estudiantil
vinculada a los movimientos de izquierdas surgidos de mayo del 68, arte, mucho
arte. Una hija que declina seguir con el camino iniciado por el padre pero que
en cambio no duda en disfrutar de los beneficios de esos negocios de dudosa
reputación u origen. Un padre, a su vez celoso, al ver que el tío idolatrado
capta el cariño y el respeto de su hija. Al comprobar que las apariencias ganan
y provocan que Matías sea el Bertomeu favorito de su madre y de su hija. La
hija tampoco soporta a la mujer de su padre, más joven que ella, y la amante se
ríe de toda la familia y sólo piensa en disfrutar y vivir con su pareja.
Crematorio es también la vida que llevaron
muchos al servicio de estos magnates del ladrillo, la servidumbre remunerada
pero poco agradecida, las adicciones, los lujos desmedidos, las familias rotas
por terrenos que son clave para el pelotazo urbanístico.
No leí En
la orilla primero a
sabiendas. Fue así, casual, pero acabado Crematorio
uno tiene la sensación de que son dos novelas que retratan una sociedad enferma
de codicia. Que piensa que el fin justifica los medios.
Crematorio es también una oda al
pensamiento filosófico actual. Hay frases trascendentales en cualquier
reflexión, en cada pensamiento de uno de los personajes puede surgir una
reflexión que te invade toda la tarde. “La oscuridad es el estado natural:
en cuanto el hombre se descuida, vuelve lo oscuro. En la vida privada ocurre lo
mismo. En cuanto te descuidas tres o cuatro días sin hacer limpieza, lo oscuro,
lo sucio, lo prehumano, empieza a comerte.”
Este libro es un canto al arte desmedido,
desde Yo
confieso, de Jaume
Cabré, no tropezaba con una obra similar. Ópera, literatura, música clásica,
arquitectura, urbanismo, escritores, debates culturales. Todo tiene cabida en
el libro, frente a ello el autor confronta el nivel cultural de la mano de obra
barata: trabajadores, matones, prostitutas, en ellos no se produce esa
reflexión desde el punto de vista más culto. En el personaje de Rubén Bertomeu
el autor imparte auténticas clases magistrales sobre Shostakóvich, Nevski y otros temas de la música clásica.
Chirbes aprovechó la ocasión para
despacharse a gusto con la sociedad de la época, la sociedad de principios del
siglo XXI, con recados varios, muchos centrados en los momentos previos y
posteriores a la muerte de un ser humano. Por el comportamiento, tantas veces
ridículo, de quienes rodean a los difuntos. Como, por poner un ejemplo, los
dedicados a modas mortuorias de cariz progresista, como poner a Joan Manuel
Serrat en los entierros.
Muchos pasajes también reflexionan sobre la
evolución de sus compañeros de andanzas en el Madrid antifranquista de los 60 y
principios de los 70. Mucho de ello es autobiografía novelada, supongo, a la
luz de la historia personal del escritor. Que también rinde homenajes a otros
escritores, como Ramón J. Sender y a su primera novela: Imán.
La prosa de Don Rafael Chirbes es tan
excelsa, tan envolvente, que las horas leyendo Crematorio pasan volando. Estar despierto, atento a cada frase, es
una obligación que el lector contrae con un libro que debiera ser leído en los
institutos del país. Entender la corrupción a través de Rubén Bertomeu,
entender a una familia dividida entre la codicia y las apariencias, porque
nadie parece querer renunciar a las prebendas derivadas de la especulación
urbanística, pero tanto Matías, como Brouard, como su propia hija, Silvia, y su
marido, son capaces de firmar un escrito en contra de un PAI que beneficiaría
al protagonista.
Quiero acabar citando un pequeño fragmento
de los últimos pasajes de la novela, por resumir éste el pensamiento que
transciende al leit motiv de la
novela: “Como a los hombres nos separa
sólo un no sé qué del genoma de los monos, o aún más, de las ratas o de las
moscas, un desvío imperceptible. Pero está ese desvío. No se puede evitar. Casi
nada, pero decisivo, y, además, este ajetreo de la vida dura tan poco, hija
mía. Te mueres, y también esa pequeña desviación en el ángulo se esfuma. Mis
nietos llevan el mismo camino que sus padres. Eso me parece más normal, signo
de los tiempos. Pero ahora el ideal, la mentira que uno se forma en la cabeza,
tiene que ver con el arsenal de valores románticos de entrega, sacrificio, todo
aquello que recogió de las literaturas del XIX el republicanismo español y que
cultivamos los antifranquistas de nuestra generación y los de la generación de
Matías: lo de ahora tiene que ver con el egoísmo, con lo que uno quiere poseer,
con el consumo, con las campañas que diseñan las agencias publicitarias. Son,
se quiera o no, ideales más miserables, aunque quién sabe si también menos
dañinos y que, aunque parezca extraño, me resultan más cercanos, al menos más
comprensible. Si algo he aprendido es que el hombre no es exactamente dueño de
sus actos. Intentaba decírtelo antes, Silvia. Hay en la humanidad, como en la
naturaleza, ciclos, movimientos que todo el mundo ve que se producen y que
nadie sabe cómo impedir.”
Podría citar otros fragmentos, pero no
está en mi ánimo y me gustaría que el lector de esta entrada de Los Mundos de Josete que no haya leído Crematorio lo haga. Por
mensajes como el citado, por el alegato final de Bertomeu a su hija a los
tiempos, por su justificación, o su intento de parecer un hombre íntegro.
Porque Chirbes es capaz de conseguir que un especulador urbanístico te parezca
un tipo íntegro. Porque tras todo ello hay un concepto que emerge, tanto al
principio como al final: la providencia. El ideal, tan personal e
intransferible, de la justicia.
Crematorio es una obra única. Es el momento de
mencionar que Chirbes es uno de mis escritores favoritos, porque él, como
pocos, supo novelar la historia de aquella locura de principios de siglo que
tanta resaca ha dejado en estas tierras. No puedo más que valorar este libro
con un 9. Siento el forofismo.
Buenas noches y
buena suerte.
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