Lloré, lo reconozco y lo digo bien alto: lloré. Me pasaron por la mente tantos lloros en tantas otras circunstancias que no pude evitar llorar por lo contrario: de alegría. Recordé aquellos cuartos ante Inglaterra en la Euro del 96,
el codazo de Tassotti, la eliminación en la Euro de Bélgica y Holanda
por culpa del cáncer de la selección tras
fallar un penalti Raúl, o el
robo sufrido en Corea en 2002. Es a lo que alcanza mi memoria, porque en México 86 estaba vivo pero no recuerdo lo de cuartos.
Tuve claro que el ganador de las semis iba a ser el campeón, pero no esperaba a una Holanda tan dura. Los
karatekas tulipanes, primos de Kung Fu Panda, nunca fueron para mí el paradigma del juego duro, todo lo contrario, recuerdo a Van Basten, Gullit y compañía jugar como los ángeles, y hasta el pasado domingo ese era el recuerdo que seguía vigente. Pero el no saber perder
madridista afloró en Robben y
Sneijder (el que no daba el perfil para Quique el faraonito).
Pero lloré, y de alegría, como lloraron muchos más aficionados, como lloraron los jugadores, porque no enganchó la bola Iniesta, la enganchamos todos. Y sí, lo somos, al fin, somos campeones del mundo, y merecidamente. Lo hemos vivido, junto con el Mundial de baloncesto, de balonmano, de fútbol sala, las Davis... Ya sólo me queda ver ganar a mi Valencia la Champions.
Buenas Noches y Buena Suerte.
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