Siempre ahí, una mala racha, desánimo, pesadez en el vestuario... Pertenecía a la disciplina de un equipo humilde de Primera División. Pasaba los 35, rozaba los 36, casi toda mi generación me envidiaba: los más afortunados jugaban en Segunda, los menos deambulaban por divisiones inferiores o simplemente habían colgado las botas.
Aquella temporada estaba siendo un infierno, el segundo entrenador al borde del abismo, la afición en contra de la mayoría de la plantilla (me salvaban las canas y los pocos galones que me quedaban), y lo que era peor: llevábamos 2 meses sin cobrar.
Con 12 puntos de 42 posibles se mascaba la tragedia. Aquella tarde al llegar al estadio, en el que aún no habíamos ganado esa temporada, se me acercó el delegado del equipo y me dijo "hoy ganamos, viene el equipo amigo". De no ser porque se trataba de Julio, 4 años mayor que yo y compañero de vestuario durante 6 temporadas, le hubiera mandado al carajo. Tenía razón, recibíamos a un clásico de la Primera, a un grande, pero especialista en romper rachas negativas.
Aquella tarde ganamos, al acabar me abracé a Julio como si fuera un hermano. Aquella tarde se empezó a gestar la salvación con una victoria fácil. Al final de aquella temporada colgué las botas, pero nunca olvidaré aquella victoria frente al Valencia, el equipo amigo.
Buenas Noches y Buena Suerte.