No me voy a esconder, el domingo fue uno de los peores días de mi vida, en cuanto a lo deportivo se refiere, y me perdonarán Falasca, Pascual y compañía, que lograron una gran proeza, cortada vilmente por La 2 de TVE, un escándalo. Me llamó mi hermana nada más acabar la puñetera final: ¿cómo estás? Sabía mejor que nadie cómo me sentía.
Era nuestra final, en casa, la final de los que seguimos desde siempre el baloncesto y de los que lo siguen desde Saitama, de los que no pudimos conseguir una entrada y de los que la lograron, a los enchufados del sillón blanquito: que les peten (no me merecen ningún respeto por muy famosos que sean).
Era nuestra final, debía serlo, todo a punto, el mejor equipo de la historia, al rival le habíamos ganado, jugamos en casa... pero me levanté con mala sensación (no por la resaca), no era el mismo despertar que en Córdoba aquel 6 de septiembre de 2006, no era el mismo que el de la primera victoria de Alonso en Hungría. Llamadme ventajista, estas cosas me suelen “funcionar”.
Un balón, a Holden le entró (si Lenin levantara la cabeza... su Madre Patria Rusia ganando el europeo con una canasta de un americano y con un entrenador yanqui), a Gasol no. En eso se resume la vida, es como el calendario zaragozano: lloverá en algunas regiones, en mi corazón llovió el domingo por la noche.
A pesar de la derrota, ¡GRACIAS CHICOS, hagáis lo que hagáis: sois los MEJORES! ¡Viva el Baloncesto!
Buenas Noches y Buena Suerte.
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